domingo, 18 de septiembre de 2016

Empresario. Segunda parte

Necesitaba sentir que podía ganar. La belleza me daba gozo y la buscaba en tantos viajes de fin de semana, pero era la victoria lo que me daba fuerzas cada día. Como un niño insastifecho, que quiere revivir contínuamente un momento de éxtasis, yo me alimentaba de sentir que podía crear esa empresa, mantenerla y hacerla crecer.

Era la empresa lo que me hacía sentir que estaba vivo y que merecía la pena. Ese hormigueo que recorre la espalda, de abajo a arriba, cuando sientes que estás a punto de cerrar un trato ventajoso. La empresa se convirtió en mi cuerpo. Sentía sus éxitos y fracasos en cada célula del mío. Un presentimiento malo, el estómago. Un periodo de ventas bajo, los riñones. Una venta ventajosa, la cabeza en las nubes. Creía que la empresa era yo, y como tal la trataba. Y como tal trataba a mis empleados.

Sólo en las ocasiones en las que he sido consciente de esto, en las que he desligado mi persona de la empresa, he sentido vergüenza de decir empresario.

Pero habeis de creerme que han sido pocas.

Yo no sé lo que siento por ella. Ella no me sacó de mi cuerpo de empresario, fui yo el que lo hizo antes de conocerla. Pero lo que siento cuando estoy con ella es que estoy vivo. Por mi mismo.

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