miércoles, 19 de abril de 2017

A ver qué cuento hoy

Tengo cinco minutos para contar algo...hmmm, me asalta la duda, ¿de qué hablo?. Tal vez de cómo la barra de espacio de mi teclado se queda discapacitada después de la visita de mi hijo, el menor de ellos. O puede que quiera contar por qué gente muy capaz que conozco anda mordiéndose la lengua para no decirle al hijo de su jefe, y futuro destructor de empresas, lo que en realidad opina de sus capacidades funcionales. Tal vez ese no sea el mejor tema, quizás quiera recordar aquella atrevida comercial china que quiso reorganizar el esquema de mi empresa y para ello tomó la vía de insinuárseme, además de ofrecerle comisiones a mi equipo de ventas...bueno, ya sabeis que soy un traidor, estas intimidades no me preocupan, pero quizás sea por la hora que dejo la historia ahí, para disgusto de los buscadores de historias sexuales que han enlazado este blog...¿Qué cuento, qué cuento?. No quisiera desvelar muchas historias, pero qué tal aquella otra de uno de mis suministradores que me contaba con todo lujo de detalles sus progresos en su puticlub favorito. Hay grados en esto del puterío, sin embargo no son horas, ya lo dije.

jueves, 13 de abril de 2017

La soledad es ir a comprar un sandwich mientras velas a tu madre en un hospital

Una plaza aligera las cargas del complejo hospitalario, pero parte del efecto acogedor desaparece al instante al ver los negocios que la limitan. Un pequeño centro comercial en el que no falta un escaparate con turbantes para enfermas de cáncer, un banco, un mc donalds, y la avenida por donde los coches intentan apurar la velocidad antes de meterse de lleno en el tráfico saturado de la vía más importante de la ciudad.

El cielo gris por las nubes te acompaña en tu ánimo, y caminas lentamente intentando apurar esos minutos de luz natural. Empieza a chispear cuando oyes la música que pone el ciego que vende iguales a la entrada del centro comercial. Suena Aleluya de Leonard Cohen.

Lla magia de su ritmo creciente me sumerge en uno de esos valiosos momentos en los que el tiempo, la cantidad de tiempo, futuro o presente, no importa, tan solo las sensaciones. El voluntario de la cruz roja se ha acercado al oír la música, también. lleva toda la mañana vendiendo décimos. Disfrutamos de ese tipo de momentos gracias a la música que pone el ciego. Nos miramos y nos entendemos. Cuando termina la tregua volvemos a nuestras acticvidades. El sandwich, los décimos, el cáncer.

sábado, 8 de abril de 2017

¿Por qué odio los libros para bebés? Por que les debo muchas horas del más amargo aburrimiento

Porque son repetitivos y aburridos hasta rozar los límites del sadismo.


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Está de moda decir que el aburrimiento es necesario para el desarrollo de los niños. Los que defienden esta teoría deben desconocer las categorías del aburrimiento, además de ignorar magistralmente el apabullante aburrimiento que deben soportar los padres.

El aburrimiento puede ser creativo, sin duda, por eso existe el antiguo refrán de que cuando el demonio no sabe qué hacer, mata moscas con el rabo. El aburrimiento también puede ser absurdo, vuelvo a remitirme al refrán. Pero la tercera categoría de aburrimiento es totalmente limitante, ni se puede hacer nada para evitarla ni da frutos creativos de ninguna clase, es el aburrimiento amargo.

Los autores de libros para bebés deben tener cierta inquina a los padres. No, debe ser aún peor, los autores de libros para bebés son unos sádicos muy organizados cuyo propósito existencial es vender libros mientras someten a los padres a un grado inimaginable de exquisito aburrimiento amargo. Me los imagino estrujándose el cerebro durante horas hasta dar con la cosa más trivial para hacer una historia tonta con la que los incautos padres que los compren tendrán que autotorturarse mientras se la leen a sus hijos que, como son bebés, tendrán la enorme suerte  de no enterarse de las bobadas que cuentan los libros para bebés...hasta que tengan hijos.

Así el mercado nos ofrece un amplio surtido de cuentos con páginas de cartón y esquinas redondeadas que detrás de un dibujo muy colorido en la portada nos cuentan como Luisito hace pipí una vez en el orinal (y nada más que eso, creedme), Pepito se come un platanito, Nayarita duerme la siestecita y María da tres pasitos. Imaginad a los sufridos padres, y sobre todo madres, contándole una y otra vez a su bebé que Pepito se ha comido un platanito.


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Porque son estúpidos

Además de los libros de cosas triviales cuya supuesta intención es que los padres pasen un rato hablándoles despacio a niños que apenas gatean (aunque en realidad lo que pretenden es acabar con los nervios de los adultos a base de aburrimiento y repetición), están los libros para "todlers", bebés entre 1 y 3 años, de esos que no paran quietos pero que normalmente no leen nada.

Estos libros para todler se dividen en dos categorías, los que están ideados para que los use el niño para dar el coñazo y los que supuestamente enseñan algo y se los tienen que leer los padres. Los primeros, creedme, me parecen mejores que los segundos, al menos no disfrazan sus intenciones. Los conocereis porque suelen ser de plástico forrado de tela, con colores muy chillones, que tienen títulos sugerentes como "Ruidos estridentes de animalitos de granja", y dentro esconden pequeños cachivache tecnológicos que reproducen, en el tono más saturado posible, no solo los berridos, ladridos y balidos que prometen, sino además otras gratas sorpressas como pitidos, alaridos, timbrazos, sirenas de policía, canciones imposibles de entender que el bebé suele accionar 500 veces por hora y mil placeres estridentes más. Pues bien, estos libros al menos no esconden sus intenciones, porque los otros, los supuestamente educativos que tendrás que leer tú, son textos tediosos normalmente divididos en rimas tontainas y repetitivas. Por ejemplo hay historias para contar (un beso, dos besitos, tres besititos y así hasta que la palabra beso adquiera un nuevo significado mucho más oscuro para ti), historias para que sepan lo mucho que les quieres (hasta la luna y más allá, hasta marte y vuelta atrás), y otras bobadas varias. No caigais en su trampa, con estos libros lo que aprenden los críos es que sus padres tienen que aguantarse las ganas de  tirarlos -a los libros- por la ventana,una y otra vez, unay otra vez. Dadle a un niño de dos años un arma con la que fastidiar a sus padres una y otravez, y la usará, seguro.

Porque los dibujos son cada vez más planos y poco definidos

Yo tengo cuatro libritos de esos que guardó mi madre de cuando era niño. Según me comentó en una ocasión, la idea que se tenía sobre los libros infantiles era dárselos a los niños para que se entretuvieran solitos. El concepto de leerle cuentos a los niños que no sabían leer no estaba muy extendido entonces, lo cual nos debería dar una idea de la sabiduría de nuestros padres y abuelos, porque una vez que habíamos aprendido a leer ¿para qué iban a leernos cuentos nuestros padres?.

Pues bien, en estos libros las historias siguen siendo tontas, aunque algo más variadas (hay atropellos, vuelos por encima de una ciudad, huídas castillos...), pero están soberbiamente dibujadas. Los protagonistas, ya sean personas, humanoides, animales o robots, están representados con todos los detalles, con efectos de relieve, sombras, juegos de luces, coloridos armonizados, muecas vivaces y todo lo que se os ocurra que le da atractivo a un dibujo para que lo vean los niños.
Los de hoy en día tienden a ser planos, sosos, poco detallados, cuando no son casi abstractos. Las caras de los protagonistas se solucionan con cuatro trazos, muchas veces ni se molestan en pintar la boca, las narices son un ángulo ganchudo que les da un toque antipático, y ya ni entro en cómo se representa el resto del cuerpo.

El dibujo resulta, en el mejor de los casos, soso, y en muchas ocasiones directamente repulsivo. Y a ello se les une una historia tonta, trivial y repetitiva.

Los autores  de cuentos para bebés son unos sádicos, no me cabe la menor duda. Espero no encontrarme a ninguno, no les tengo la menor simpatía.

El Parque, aburrimiento de colorines en los mundos de la maternidad infantimente idealizada

Parque...

Una de las palabras que cambian de significado cuando tienes hijos pequeños. Aprendes a definir sus límites por las estúpidas vallas de colorines que lo rodean.
En realidad el parque es un minimundo en el que todo lo que conoces tiene su paralelo, el suelo es arena o algún material reblandecido prensado, las formas son los estúpidos juguetitos diseñados para que los niños se suban, persigan y peleen alrededor, y los sonidos son los gritos de los mismos niños y sus padres.



Tú, como adulto, estás y no estás en el parque. Normalmente tienes que esperar fuera del colorido vallado, si tienes mucha suerte en un banco puesto por la clemencia de algún diseñador que seguramente ha pasado algunas horas en un parquecito de estos. Pero lo normal es que no haya mucha suerte y pocos bancos, si es que hay alguno, y menos sombra, con lo cual esperas de pie recibiendo un sol que te achicharra la cara mientras tus retoños se dedican a explorar las posibilidades que ofrecen los juguetitos, la arena y los charcos del agua que vierten con alegría con sus bonitos cubitos de plástiquito de, también, múltiples colorines, porque en el parque faltarán bancos y sombra, pero fuentes para que los niños embadurnen todos, eso no falta nunca.

Así, situado en tu lado de la frontera del parque, y vigilando a tus retoños, tienes la oportunidad de disfrutar de las amenas conversaciones del parque, si tienes muy mala suerte. Cómo disimular la verdura para que la tomen los peques, esas manchas de tomate que se resisten, mi hijo que quiere hacerlo todo él solito, como él dice, y me tiene harta, qué suerte tienes tú que tienes calidad de vida que te puedes dedicar a tus hijos, qué suerte tienes tú que puedes salir de tu casa para ir al trabajo y desconectar un poquito de tanta rutina, ¿no son monos los niños cuando [pensad en cualquier cosa que hagan los niños todo el rato]?, mirad el wassap del perrito que mueve la colita y se tira peditos, jajá qué mono...

El aburrimiento es un manto de desesperación que cubre a más de una madre en el parque, una rutina más en una vida que tiene que estar gobernada por las rutinas. Son fáciles de reconocer, son las que bajan la cabeza y miran el reloj, las que leen distraídamente alguna cosa en el móvil, pero sin mover frenéticamente los dedos, porque esos las delataría como wassaperas furibundas. Alguna, pobre anticuada, hasta se trae un librito con la esperanza de poder leerse alguna página tranquilamente mientras deja que su descendencia libere tensiones antes de la hora de la cena. Si te encuentras con estas mujeres en algún sitio que no sea el ecosistema descerebrante del parque es posible que hasta tengan temas de conversación verdaderamente atractivos, ya sea el cine, el ajedrez, la terapia cognitiva, el camnino de Santiago o el reconocimiento de aves. Pero ahí, en las fronteras del parque, sirenas varadas en una playa de infantilismo contagioso, han encerrado su voz, eso que las distingue, en un cofre de aburrimiento y rutina, con el objetivo de dejar que sus hijos se relajen en esas pequeñas áreas restringidas y dedicadas a eso, a que los niños sean niños, porque los niños han perdido la calle y las madres la voz.

Hace tiempo, y no tanto,  los niños podían jugar en la calle, corretear por las aceras, pasar entre los viandantes, e incluso cruzar la calle cuando tenían menos de ocho años. Los niños formaban pequeños grupos y se pasaban parte de la tarde jugando en la calle. El concepto parque quedaba restringido para los muy bebés, y no era un área de uso obligado para el esparcimiento de los niños.
Hace algo más de tiempo, pero tampoco tanto, las madres vigilaban a sus hijos, cuando lo hacían, desde su piso que dominaba la plaza, y si era necesario le pegaban un grito que les dejaba parados, para llamarles la atención.
Hace tiempo, y a algunos les parecerá inconcebible, los niños de siete años eran capaces de salir a la calle para hacer un pequeño recado. Tan olvidado queda eso, que la palabra recado es cada vez más rara.

Pero hoy tenemos estos gloriosos parques, donde se amontonan los niños y el aburrimiento de las madres. Hoy, en estos tiempos en el que una marca comercial se permite el lujo de atacar a una madre porque haya manifestado públicamente que ser madre no es tan maravilloso como lo pintan, hoy en que parece que pintar la maternidad con los mejores colorines es algo obligatorio, hoy en que parece que cualquier manifestación sobre la maternidad que no pueda figurar en un libro de princesas Disney es una ofensa...hoy tenemos parques.