sábado, 8 de abril de 2017

El Parque, aburrimiento de colorines en los mundos de la maternidad infantimente idealizada

Parque...

Una de las palabras que cambian de significado cuando tienes hijos pequeños. Aprendes a definir sus límites por las estúpidas vallas de colorines que lo rodean.
En realidad el parque es un minimundo en el que todo lo que conoces tiene su paralelo, el suelo es arena o algún material reblandecido prensado, las formas son los estúpidos juguetitos diseñados para que los niños se suban, persigan y peleen alrededor, y los sonidos son los gritos de los mismos niños y sus padres.



Tú, como adulto, estás y no estás en el parque. Normalmente tienes que esperar fuera del colorido vallado, si tienes mucha suerte en un banco puesto por la clemencia de algún diseñador que seguramente ha pasado algunas horas en un parquecito de estos. Pero lo normal es que no haya mucha suerte y pocos bancos, si es que hay alguno, y menos sombra, con lo cual esperas de pie recibiendo un sol que te achicharra la cara mientras tus retoños se dedican a explorar las posibilidades que ofrecen los juguetitos, la arena y los charcos del agua que vierten con alegría con sus bonitos cubitos de plástiquito de, también, múltiples colorines, porque en el parque faltarán bancos y sombra, pero fuentes para que los niños embadurnen todos, eso no falta nunca.

Así, situado en tu lado de la frontera del parque, y vigilando a tus retoños, tienes la oportunidad de disfrutar de las amenas conversaciones del parque, si tienes muy mala suerte. Cómo disimular la verdura para que la tomen los peques, esas manchas de tomate que se resisten, mi hijo que quiere hacerlo todo él solito, como él dice, y me tiene harta, qué suerte tienes tú que tienes calidad de vida que te puedes dedicar a tus hijos, qué suerte tienes tú que puedes salir de tu casa para ir al trabajo y desconectar un poquito de tanta rutina, ¿no son monos los niños cuando [pensad en cualquier cosa que hagan los niños todo el rato]?, mirad el wassap del perrito que mueve la colita y se tira peditos, jajá qué mono...

El aburrimiento es un manto de desesperación que cubre a más de una madre en el parque, una rutina más en una vida que tiene que estar gobernada por las rutinas. Son fáciles de reconocer, son las que bajan la cabeza y miran el reloj, las que leen distraídamente alguna cosa en el móvil, pero sin mover frenéticamente los dedos, porque esos las delataría como wassaperas furibundas. Alguna, pobre anticuada, hasta se trae un librito con la esperanza de poder leerse alguna página tranquilamente mientras deja que su descendencia libere tensiones antes de la hora de la cena. Si te encuentras con estas mujeres en algún sitio que no sea el ecosistema descerebrante del parque es posible que hasta tengan temas de conversación verdaderamente atractivos, ya sea el cine, el ajedrez, la terapia cognitiva, el camnino de Santiago o el reconocimiento de aves. Pero ahí, en las fronteras del parque, sirenas varadas en una playa de infantilismo contagioso, han encerrado su voz, eso que las distingue, en un cofre de aburrimiento y rutina, con el objetivo de dejar que sus hijos se relajen en esas pequeñas áreas restringidas y dedicadas a eso, a que los niños sean niños, porque los niños han perdido la calle y las madres la voz.

Hace tiempo, y no tanto,  los niños podían jugar en la calle, corretear por las aceras, pasar entre los viandantes, e incluso cruzar la calle cuando tenían menos de ocho años. Los niños formaban pequeños grupos y se pasaban parte de la tarde jugando en la calle. El concepto parque quedaba restringido para los muy bebés, y no era un área de uso obligado para el esparcimiento de los niños.
Hace algo más de tiempo, pero tampoco tanto, las madres vigilaban a sus hijos, cuando lo hacían, desde su piso que dominaba la plaza, y si era necesario le pegaban un grito que les dejaba parados, para llamarles la atención.
Hace tiempo, y a algunos les parecerá inconcebible, los niños de siete años eran capaces de salir a la calle para hacer un pequeño recado. Tan olvidado queda eso, que la palabra recado es cada vez más rara.

Pero hoy tenemos estos gloriosos parques, donde se amontonan los niños y el aburrimiento de las madres. Hoy, en estos tiempos en el que una marca comercial se permite el lujo de atacar a una madre porque haya manifestado públicamente que ser madre no es tan maravilloso como lo pintan, hoy en que parece que pintar la maternidad con los mejores colorines es algo obligatorio, hoy en que parece que cualquier manifestación sobre la maternidad que no pueda figurar en un libro de princesas Disney es una ofensa...hoy tenemos parques.

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